No pienso usar la ciclovía

      No hay comentarios en No pienso usar la ciclovía
( foto: http://mapcleta.blogspot.com/ )

( foto: http://mapcleta.blogspot.com/ )

Si ando curá, te hago cagar.

Eso me dijo una automovilista –veintitantos años, auto seminuevo, pinta de ir al carrete- mientras me dirigía en bici hacia San Miguel por calle Carmen, Santiago Centro.

Yo iba por la calle y hay una ciclovía, es cierto. Cierto es también que ésta tiene doble vía, cuestión que los expertos en tránsito rechazan porque los conductores –con justa razón- miran siempre en dirección de los autos y no advierten la presencia de un ciclista que viene en otro sentido. Quienes hayan pedaleado por esa ciclovía sabrán además, que ambas pistas se reparten en un metro y medio, ancho recomendado para que una sola bicicleta –y no dos en direcciones opuestas- circule con cierta seguridad. Por último, los que hemos perdido la (in)comodidad de la micro y quienes no anhelamos comprarnos un auto para seguir colapsando Santiago, conocen que en la ciclovía de Carmen –como en la de Avenida Matta, Alameda, Duble Almeyda y complete usted con su ciclovía odiada- camina la gente como si fuera la vereda, ¡y cómo no! si las han construido en el espacio que antes era de los peatones. Hay también árboles o postes al medio del carril –como si la vida del ciclista fuera un videojuego donde hay que esquivar obstáculos al estilo del programa Hugo (comentario noventero)-, se estacionan autos con total libertad y reposan sobre ellas toda clase de escombros, bolsas de basura y contenederos municipales.

Cuando la conductora me increpó en la luz roja, luego de haberme hostigado en movimiento la cuadra anterior, nos trenzamos en una discusión a gritos. Ella y toda la gente de su auto contra mí, vociferaban que un día me voy a morir (todos nos vamos a morir ¡Sorpresa, pelotudos!), que la calle es de los autos, que por qué no voy por el carril de bicicletas si lo tengo al lado. Yo le expliqué, también a los gritos, que la ciclovía en algunos casos es más insegura que la calle, básicamente porque no cuenta con las características viales para segregar a peatones de bicicletas, entendiendo a estas últimas como medios de transporte. Le grité que se bajara del auto y anduviera en bici, a ver si se iba a sentir tan segura pedaleando al lado de niños que con todo el derecho del mundo corren por las veredas de su barrio. Porque ¿qué pasa si atropello en bicicleta a un niño que está jugando en ese lugar que también le pertenece? A ella no le importaba, su auto estaba demasiado brillante como para pensar en eso. Quise decirle que levantara el culito, ese que en los próximos años le va a engordar inexorablemente sentada sobre su auto, el que cambiará con modelos directamente proporcionales en novedad al tamaño de sus nalgas. Mejor no dije eso. Quién soy yo para meterme con la flacidez de la gente. Además ellos eran cuatro, no era un buen negocio hablar de sus potos.

En esa discusión nadie le entendió a nadie. Solo alcancé a comprender su última y mortal frase “Si ando curá te hago cagar” y ahí se me reveló toda la verdad de su amenaza. Y es que andar en auto en una ciudad como esta, es una posición de privilegios. Así como ser rico, educado, hombre y blanco, en este país tener un auto es tener poder comprado en cuotas por tres años. Ser ciclista o pobre o mujer o indio o migrante u homosexual, es tener que luchar todos los días por un lugar para ser. Por eso hacer ciclovías de baja calidad como las que abundan en esta capital periférica, es como soltar para los pobres educación mediocre, viviendas precarias y barrios segregados, dejándolos siempre lejos, marginales y apretados.

Me gustaría pensar que algo de ser ciclista cambiará de verdad con una ley que nos garantice un espacio igualitario. Me cuesta creer algo como eso. Porque la ley, pienso yo, consagra con la autoridad del Estado lo que debería consagrar la educación con la autoridad de la cultura. Una ley no va evitar que el conductor que ese mismo día vio que yo venía por la pista izquierda de Avenida Matta y escupió hacia afuera de la ventana dos segundos antes de que yo pasara, sea un poquito menos violento. La ley no tiene el poder –porque ya existe y aún sigue pasando- de controlar que ese mismo hombre me haya dicho al pasar frente a su auto: “sáquese los shores, mijita”, haciendo alusión a las calzas que uso bajo el vestido justamente para que varones cómo él no crean que por usar mi cuerpo quiero que lo miren, lo ofendan, lo toquen. La ley que ya existe y que no funciona , no me va a sacar la sensación de sentirme violentada cada vez que me encaramo sobre el sillín, según ciertos conductores, provocándolos, según yo, tomando fuerzas para echar a andar el pedal. Eso lo hace la formación, la cultura, la conciencia de saber que todos podemos circular con libertad y justicia, sin que, por ejemplo, ser mujer y ciclista signifique una doble incomodidad.

Después de recibir el insulto “Si ando curá te hago cagar”, me subí a la famosa ciclovía. Tuve que esquivar muchas cosas, pero sobre todo gente, vecinos que caminaban bajo la noche y sobre la vereda que la deficiente ciclovía les estrechó. Cuando calle Carmen se transforma en Las Industrias, se atraviesa el Zanjón de la Aguada y por lo tanto se cruza una nueva frontera de la segregación, el camino se vuelve otra vez más angosto. Pasando Carlos Valdovinos el metro y medio se reduce a uno y corre sin diferenciación y con las mismas características de la acera con la que colinda: pequeña, llena de hoyos, precaria como la vida de la gente que la habita.

Si alguien cree que exagero está en su derecho. Sería bueno, eso sí, que anduviera un ratito en bici a ver si no se va a sentir en una relación asimétrica de poder. Otra persona podrá decir: “pero bueno, es obvio, los autos son grandes, las bicis chicas”. Y ese es el problema, nada de esto es obvio ni natural. Antes era evidente que una mujer no estudiara, no votara, no pudiera manejar un auto, puras cosas que hoy día esa automovilista que me amenazó puede hacer gracias a que décadas atrás, a mujeres como ella se les ocurrió que tales prohibiciones no eran obvias, y en cambio, eran transformables y mejorables. No quiero ser injusta: en bici se es vulnerable solo el tiempo que se anda sobre ella. Pero ser pobre, mujer, negro y trabajador explotado, por la cresta, eso se vive todo el tiempo. Uno se baja de la bici, pero no se baja de la exclusión.

Yo sé que no soy una excluida. Sí soy mujer, y andando en bici lo padezco, especialmente cuando me piden que me saque “los shores”. Pero soy profesional, vivo en Santiago Centro y tengo una bici de ciento cincuenta lucas que me pude comprar porque trabajo en una universidad. Arriba de mi bicicleta vivo mi opción con libertad, con placer-especialmente al atardecer yendo hacia el poniente- pero con miedo de quienes creen que estas calles no me pertenecen. Ellos y ellas creen que yo debo salir de ahí porque no se imaginan un Santiago distinto. Porque tienen una mente chiquita en la que caben solo ellos y su ciudad inmóvil, intransformable para un mejor vivir. No saben o no quieren saber que la ciudad – como la sociedad de clases, el patriarcado y todos los demás poderes- son construcciones hechas por humanos y como tales, son modificables. Tuvieron un inicio y en la medida en que lo pensemos y hagamos, van a tener un fin.

Yo quisiera que esa forma de habitar Santiago se terminara. Que nadie tenga el derecho de decir a alguien “por acá –la calle, la educación, la libertad- tú no transitas”.

Quisiera eso sí que la mujer que me dijo “Si ando curá te hago cagar”, tuviera en no mucho tiempo más una hija. Seguro la llevará al mall, al jardín y luego al hospital en auto, alegando contra las enfermedades respiratorias que su mismo tubo de escape produjo. Me gustaría que esa niña dijera entre sus primeras palabras “bici”. Anhelo que en vez de muñecas con forma de guagua pida en su cumpleaños número cuatro una bicicleta con rueditas, llena de brillos. Y que ya crecida y a pesar de su madre, decida irse pedaleando al colegio.

No le deseo eso sí –no podría, aunque su madre sí pudo- desearle la muerte a manos de un conductor ebrio. Espero de corazón que tamaña desgracia no le toque su pelo sano, su carne tierna. Sería demasiado injusto que pague por la energía violenta y motorizada de su mamá.

Belén Fernández Llanos

Viernes 10 de abril de 2015. Santiago de $hile.
http://www.bifidablog.wordpress.com

Comparte:

Agregar un comentario

This site uses Akismet to reduce spam. Learn how your comment data is processed.