El crecimiento del uso de la bicicleta sin duda siempre será algo que aplaudir en las ciudades que lo fomentan, por diversas razones, sustentabilidad, mejor sistema de movilidad en distancias cortas (hasta 8 km. según expertos) y aún mejor si se combina con otras formas de transporte (sistemas intermodales), además de que promueve una crítica a la predominancia de un sistema de transporte que no favorece a la mayoría de la población: el auto.
En este último punto es donde quiero dejar el comentario. Llevo una semana en Santiago de Chile, me he topado con un problema que igual es insistente en la ciudad de México: las bicicletas rodando sobre las banquetas veredas. El acto sin duda es cómodo para quien está sobre la bici y decide por seguridad individual andar mejor y más seguro sobre la vereda. Quienes sufren este acto son los peatones; quienes se ven beneficiados son los automovilistas.
Bajarse de la vereda no es ni más ni menos que un acto político. Un acto que reivindica el uso del espacio que predominantemente ha tomado el automóvil y que, bajo las condiciones actuales, ya no puede ni debe mantener tal hegemonía. Es también un acto que parte de la idea de que en la pirámide de la movilidad el peatón es el ser más vulnerable y que por tanto, su espacio de movimiento y acción debe ser respetado.
Bajarse de la vereda también implica una presión desde lo social hacia las autoridades por construir y proveer de mejor infraestructura para el ciclista, por obligar a todos sus usuarios a respetar las reglas de convivencia y negociación tan indispensables para fortalecer la ciudadanía y el derecho a exigir más y mejores espacios de calidad en nuestras ciudades, de ahí que sea de aplaudir la iniciativa de grupos ciclistas que fortalezcan con información a sus usuarios.
Pues, bajémonos y hagamos política con ello.
Original de Ross Loyde